Esta nueva edición de El jardín… es una de las reediciones de nuestro antiguo catálogo anunciadas para nuestro séptimo aniversario, en invierno de 2017. «Terminamos» la edición en invierno de 2018, coincidiendo con el 82° aniversario de la revolución española. Entonces teníamos listo el archivo de impresión del interior y Caro y Eduardo, que entonces laburaban en Taller Perro Sur, habían diseñado e impreso en serigrafía las portadas, con una ilustración de Pablo Delcielo, incluso las fuimos a termolaminar todas juntas al taller de Ediciones Inubicalistas. Solo nos faltaba imprimir los interiores en nuestro taller y empastarlos junto a las tapas para terminar una edición de 128 ejemplares numerados. Pero la historia se enredó con otras historias y tomó otro ritmo.

Las primeras 20 copias las terminamos con motivo de mi visita al hogar de Jesús en Eugene, Oregon, a finales de agosto de 2018. Desde entonces no hicimos más copias hasta febrero de 2020, cuando planeamos con Jesús una presentación de la nueva edición para abril de este año. Imprimimos todos los interiores que restaban y los empastamos junto a sus portadas. Y de libro en libro he ido guillotinando los excedentes de papel en el taller de Fran.

Mural de Kari Johnson, tras huerta comunitaria en Eugene, Oregon. Septiembre de 2018.

Por supuesto, el estado de excepción global justificado en la crisis sanitaria de COVID-19 nos obligó a cancelar la presentación de El jardín… en abril. Y sin embargo las lecturas de El jardín… han proliferado, del mismo modo que los jardines y huertas comunitarias y vecinales, a pesar de las cuarentenas que recluyen a buena parte de la población. O tal vez a propósito de lo mismo, porque cuando el mundo monodimensional del Estado y el Capital se descomponen y parecen estar listos para ser arrojados al compost de la Historia, resulta, al menos prudente, nutrir más y más jardines de peculiaridades que vuelvan a hacer la vida posible y no mera supervivencia.

Publicado originalmente en Argentina en 2002, a la fecha El jardín… ha sido traducido a cinco idiomas y editado en más de 10 países.

Esta nueva edición incluye un nuevo prólogo, sobre mi visita junto a Jesús a un lof lafkenche a finales de 2017, además del prólogo de John Zerzan también incluido en nuestra primera edición de 2011. Incluye también un Post Scriptum del 2002 sobre la Oregon Country Fair. Pero lo más flamante de la nueva edición a mi parecer es la traducción que hicimos con Juan Verde de una entrevista hecha al autor en 2016 por Aragorn Eloff en Sudáfrica. A continuación, como cierre de esta entrada, les comparto un extracto de la entrevista.

Aragorn: He sido lector de las obras de Deleuze y Guattari por mucho tiempo; coinciden de manera sustancial con mi anarquismo y siento que su presencia se teje a través de tu obra también. ¿Hay redes de raíces rizomáticas en el suelo del jardín? Si es así, ¿qué podríamos ganar nosotros, como anarquistas, de una participación renovada en su pensamiento?

Jesús: Las ideas de Deleuze y Guattari son muy importantes para la renovación del pensamiento anarquista, independientemente de si ellos hubieran o no abrazado el anarquismo. Su contribución en despachar el pesado pensamiento analítico y crítico formado por la teoría marxista y el lenguaje sociológico es ciertamente refrescante. De hecho, lo que actualmente hemos estado presenciando en términos de la proliferación de colectivos anarquistas podría entenderse fácilmente como el tendido de una red rizomática. En este sistema botánico cada raíz es peculiar y única, y al mismo tiempo es parte de una viva e intrincada red rizomática a través de la cual fluye la vida. Nosotros los seres humanos somos también parte de esa red, que me gusta comparar con el sistema del micelio. El micelio nos unifica como un único organismo; un pluriorganismo que se vuelve visible a través de cada individuo, los seres peculiares (en el modelo de micelio estos son los tallos de hongos individuales). Para Deleuze y Guattari las individualizaciones son los tallos. Pero también necesitamos pensar que este pluriorganismo que llamamos humanidad está interconectado y es interdependiente de otros pluriorganismos que son sagrados también: árboles, ríos, animales, pájaros, plantas, insectos, océanos, etcétera.

No creo que los espíritus libres y sensatos puedan continuar anhelando tomar el control del aparato del estado, ya sea a través de una revolución o una elección, para cambiar verticalmente la sociedad entera. Esto es ingenuo, si no suicida. Los resultados de las elecciones de EE.UU. son un ejemplo de la reacción al avance del izquierdismo mundial (sea lo que fuere que esto signifique) que experimentamos durante la última década: Obama en la Casa Blanca, el Papa Francisco en el Vaticano, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, el chavismo en Venezuela, el Partido de los Trabajadores en Brasil, Mujica y los ex-tupamaros en Uruguay, los Kirchners en Argentina, Bachelet en Chile, Hollande en Francia, los sandinistas en Nicaragua, etcétera. ¿Qué más se podría pedir como izquierdista? Incluso en Chile el Partido Comunista se incorporó al gobierno y la hija de Salvador Allende fue electa Presidenta del Congreso. ¿Cambió en algo el mercado global? ¿Resolvimos la crisis ecológica? ¿Se redujo la desigualdad social? ¿Detuvimos las guerras? ¿Redireccionamos nuestro mundo? ¡No! La utopía es todavía una quimera.

Sin embargo, paralelamente al surgimiento de la élite política superestructural ha emergido una red social, contracultural y antisistémica con los pies puestos en la tierra: colectivos anarquistas, movimientos de orientación comunitaria, organizaciones biorregionales y locales, y espacios diversos, múltiples y sustentables para la coexistencia, entre otros. Tengo la impresión de que la forma en que esta red horizontal subterránea se seguirá tejiendo será a través de un unificado aunque colorido y pluralista movimiento de oposición a los mezquinos tiranos emergentes. Esta es una oportunidad. Solo tenemos que sumergirnos en un nuevo paradigma rizomático e inclusivo, lejos de la lógica confrontacional fascista.

Las manifestaciones anarquistas después del Día de las Elecciones ratificaron que las personas no tienen miedo, sino que están enfurecidas. Entonces, el primer paso es amigarse con tus propios temores, el segundo es tejer un mundo diferente al de la globalización, el autoritarismo y el nacionalismo, realzando los valores de la solidaridad y la reconexión, dejando atrás la autocomplacencia. Es importante recuperar nuestro poder personal que los representantes nos han quitado y re-empoderarnos a nosotros mismos, aprendiendo que podemos ser agentes activos del mundo que queremos ver. Ningún gobierno lo hará por nosotros. Por lo tanto, la escala local es buena.

Este nuevo paradigma socioambiental podría ser una red para cuestionar el modelo civilizatorio, presentando un simple dilema: ¿nos vamos a extinguir o vamos a evolucionar? No creo en las distopías ni en las narrativas del fin de los tiempos, las cuales tienen un componente religioso muy sospechoso orientado hacia la pacificación. Las interpretaciones binarias de la realidad que imponen la falsa disputa entre “izquierda y derecha”, “negro y blanco”, “bien y mal”, “ellos y nosotros”, son parte de la mentalidad que alimenta el sistema. El fatalismo y los espectáculos electorales tienden a encapsular a la gente en estos razonamientos. Necesitamos, por el contrario, alzar nuestro espíritu para abrazar toda la realidad política con amor y compasión. No hay otra manera.

El mundo que queremos ver comienza por nuestra transformación personal como también por la transformación de nuestro círculo íntimo, nuestra comunidad y nuestro ambiente. La globalización ha estado desterritorializando y reterritorializando –para usar los términos de Deleuze y Guattari– la totalidad de la realidad, vista como un cosmos dividido en múltiples identidades, cuyos fragmentos han sido transformados en mercancías. Las políticas identitarias han jugado un papel significativo en ello.

Pero la realidad es más grande que los escenarios políticos posibles. Las plantas y las flores polinizan el jardín, interactúan con las abejas, absorben el agua y mantienen una comunicación íntima entre ellas, acompañándose, dándose sombra o tomando el espacio de otras para que el jardín pueda florecer. Esta es una parte esencial de nuestra realidad. El resultado de la polinización es un ambiente biodiverso y colorido, lo que no es sino una metáfora perfecta para describir cómo funciona nuestro planeta. Si imitamos el funcionamiento del planeta Tierra podemos recrear el mundo. Esto es lo que hace la permacultura, imita los patrones de la naturaleza. Esto es de hecho algo que todos tenemos que hacer –más o menos al mismo tiempo– como si fuésemos una sola psique planetaria: la noosfera.

Los humanos quieren sobrevivir. Es nuestro instinto de preservación. Así que confío que en el tejido de esta nueva red de base orientaremos la vida hacia el presente, considerando incluso el impacto de nuestras acciones “para las siete próximas generaciones” como lo hacen los nativoamericanos. Recuperar el presente sería entonces un acto de conciencia. De este modo, cuando las personas se reúnen se reconectan, desenchufándose de la megamáquina. Esta experiencia es preciosa porque ayuda a la evolución humana; el estado que necesitamos alcanzar si queremos sobrevivir.

Un ruiseñor en el jardín: Conversación entre Jesús Sepúlveda y Aragorn Eloff, 15 de diciembre de 2016
Füzi, diciembre de 2017

Artículos recomendados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *